Lo que tu casa revela de ti

«Dime cómo es tu casa y te diré quién eres» Así lo explica la psicoterapeuta Anne-Catherine Desmichelle-Chardon.

En su sentido simbólico, la casa representa el hogar.

La casa son las paredes, el hogar es su alma. La casa evoca a la construcción, aquello que se ha edificado. Pero representa ante todo el lugar donde nosotros nos hemos construido. El lugar de la infancia, del aprendizaje, de la intimidad, de lo familiar y lo conocido. Es el lugar donde, piedra a piedra, progresivamente, se forjan nuestros puntos de referencia.

Nuestra casa la hacemos a nuestra imagen y dice mucho de nosotros. Por eso, los psicoterapeutas piden a los niños que dibujen una casa: base estable, aberturas sonrientes, techo protector… o arquitectura tambaleante, ventanas angustiosas, camino estrecho…

La casa que deseamos refleja cómo somos

Aunque la casa es el lugar construido, es sobre todo el lugar que nosotros decidimos construir. Unas paredes entre las que crear un hogar conyugal, familiar y espiritual. El hombre sensato construyó su casa sobre roca, dice la Biblia. Y, concluye, la casa no se derrumbó. Este texto se escoge a menudo para las parejas antes de casarse y expresa bien el simbolismo de la casa y el hogar.

Así que el modo en que deseamos tener nuestra casa refleja quiénes somos. Está el exterior, lo aparente, lo que queremos mostrar. Está el interior, el lugar donde damos permiso para entrar, donde recibimos a un allegado o a un desconocido.

Mi interior” puede proteger, me permite revitalizarme, recentrarme, pero también puede poner barreras y excluir.

Alquilada o en propiedad, según el momento de la vida, según nuestros deseos y nuestro carácter, la casa puede ser un lugar transitorio, un trampolín hacia otros viajes o, al contrario, un lugar de estabilidad y de fundación.

Puede albergar a compañeros de piso o una vida familiar, puede ser refugio para huir de la ciudad, para rezar, para envejecer, es un lugar de arraigo o de apertura, pero también puede ser un lugar para un repliegue sobre uno mismo, de soledad, de exclusión, de encierro. Es testigo de nuestros secretos, de nuestras conversaciones, de nuestras risas y llantos: la casa alberga nuestras vidas.

Elegir una casa es elegir un proyecto de vida

La casa evoluciona, se hace más hermosa, se adapta a los altibajos y vicisitudes de la vida. Todas esas transformaciones alegran cuando se hacen sin fricciones y acompañando armoniosamente las decisiones tomadas.

Agreden cuando las vivimos con sufrimiento; entonces la casa nos vuelve extraños y pierde el sentido que nos había ofrecido y que le habíamos concedido de buen grado. Una niña pequeña dijo en terapia: “Después de la separación, mi papá vive todavía en la casa. Pero no tenemos ganas de ir, si no estamos los cinco, entonces ya no es nuestra casa”.

Elegir nuestra casa no es solamente buscarnos un techo para hoy, es elegir un proyecto de vida. Es inventar un modelo que pertenezca a cada uno de nosotros, fruto de nuestra historia, pero también germen de un mañana. Una casa se construye lentamente y los trabajos interiores nunca terminan. Siempre hay algún elemento que mejorar, este es el camino que recorrer para alcanzar la grandeza.

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